Por Francisco Urrea
Pérez
Nos hacemos aprendiendo a
estar dentro de él, palpando su realidad, sorprendiéndonos con sus misterios y ese vivir sintiendo nuestra sangre en nuestros abismos.
Todo tiene un nombre como
una representación plasmada en esa magia que es la palabra, tras la mirada, el
paso, el camino y el humano sendero.
Decir lo visto y lo sentido.
Lo soñado y lo vivido. Lo pensado y lo hecho. La realidad y la fantasía. El
encuentro y el desencuentro.
Hablarnos a nosotros con la
palabra en nuestras voces. La voz plagada de toda circunstancia, tiempo y
lugar.
Mientras tanto, podemos
sentirnos en nosotros y los otros. En el Tú conmigo. En la compañía temporal
que juramos eterna.
Debemos sabernos y hacernos
saber. Mostrar el espejo contra espejo. Lo que mira y lo que me mira. A quien
miro y quién me mira y cómo.
¡Ahí está la palabra
escueta! La que concreta nuestra voz y sus alientos. Su canto y su vuelo. Su paso
y su morada. Y esa traza que nos trasciende cuando sembramos con la palabra hecha obra, la rueda portadora de nuestro bagaje.
No hay comentarios:
Publicar un comentario